Libros y lecturas (Encyclopedia of Sport Games and Pastimes)

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cacho
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Re: Libros y lecturas (20.000 leguas de viaje submarino)

#11 Mensaje por cacho »

En alguna ocasión he estado tomando unas cañas en el bar y leyendo el periódico,mientras todos seguian como locos el partido de futbol y ha llegado alguien y me ha dicho "joder que vicio tienes con la lectura..." :D

A todo esto, ya que por La Mancha no tengo ocasión de ver muchos submarinos,¿ Podrias explicarnos como funcionan los torpedos, van dirigidos de algún modo o se sueltan y ya?
¿Y las cargas de profundidad, es necesario que el barco esté encima o tienen cierto alcance?
Si no sabes explicarselo a tu abuela, es que tú tampoco lo entiendes.

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Anilandro
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Re: Libros y lecturas (20.000 leguas de viaje submarino)

#12 Mensaje por Anilandro »

El torpedo básico tenía un giróscopo que mantenia la dirección y un profundímetro que le regulaba la profundidad, y el sistema intentaba mantener ambos parámetros actuando sobre las aletas de popa hasta que se acababa la impulsión del motor y el torpedo, que era ligeramente más pesado que el agua que desplazaba, se hundía hacia el fondo. En la II GM, además, aparecieron los torpedos que tras navegar una cierta distancia en línea recta en la dirección especificada, luego iniciaban una exploración en forma de "rejilla" navegando primeramente otra distancia en ángulo recto, realizando un giro de180° y otra distancia igual en sentido contrario. Esta secuencia de inversiones de 180° se repetía cinco o seis veces hasta que se agotaba el motor. La idea era que si no le daban al buque objetivo, en los convoyes muy apretados pudieran acertar a cualquier otro. De igual forma servía para el ataque por popa contra barcos lentos, porque si fallaba la estrechez del blanco en estas condiciones, luego en una de las pasadas de la "rejilla" podía acertarle de costado. Y también apareció el torpedo "acústico", que tras ir una cierta distancia en el rumbo recto especificado, luego se reorientaba buscando el sonido de las hélices de los buques. Contra este tipo de torpedo, los ingleses equipaban a los destructores de escolta con una especie de chicharra acústica submarina que confundía el sistema de guía.

Para establecer los parámetros del rumbo recto de ataque se utilizaba un calculador electromecánico que operado con los datos obtenidos a través del periscopio tenía en cuenta la velocidad, rumbo y distancia del buque, así como la velocidad y rumbo del propio submarino. En cuanto a la profundidad, dependía del tipo de buque atacado, buscando infringir el máximo daño, del tipo de torpedo y de la hora de ataque (por el problema de la visibilidad de la estela), y también de la profundidad real del mar en aquel punto, ya que a veces el torpedo solía oscilar bastante antes de estabilizarse en la profundidad especificada, y en sitios poco profundos podía incluso clavarse contra el fondo.

Los torpedos se lanzaban normalmente desde la profundidad de periscopio, porque la precisión de los ajustes de puntería tenían mucha mejor resolución, pero también podían lanzarse a ciegas hasta los 40 metros de profundidad, apuntando mediante los sensores acústicos pasivos del submarino (hidrófonos), o bien si eran torpedos de guía acústica, intentando imaginar la demora del buque y confiando que el propio torpedo se orientara luego por su cuenta.

Calculador electromecánico de disparo de torpedos de un U-Boot

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El sistema de pasar estos parámetros al sistema se regulación del torpedo era mediante unos acoplos giratorios mientras se encontraba en el interior del tubo lanzador, el cual era inundado previamente al disparo y se abría las compuertas exteriores. En el momento del disparo, arrancaba el motor del torpedo y desde el submarino se inyectaba aire comprimido al interior del tubo para expulsarlo al exterior y que comenzase a navegar por su cuenta.

La propulsión era de dos tipos. La eléctrica, que no dejaba rastro de burbujas y por tanto era invisible desde la superficie, aunque lenta y por tanto de menos precisión, y la de aire comprimido, mucho más rápida, pero que se delataba por la estela. Por otra parte los torpedos estaban siempre equipados con dos hélices contrarrotatorias montadas sobre ejes coaxiales, de esta manera se eliminaba el par de giro inevitable en una hélice única y el torpedo se mantenía en línea recta. Además, cada torpedo había pasado antes un proceso de ajuste tras su fabricación, con lanzamientos de prueba en que le habían corregido al máximo las desviaciones que pudiera presentar.

Torpedo americano Mark 14 de la II GM, con motor de aire comprimido y un alcance operativo de 4,1 kilómetros a la velocidad de 46 nudos

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En el apartado de las espoletas, estaba la tradicional de contacto o percusión, y la magnética, que explotaba al pasar por debajo del buque, infringiendo un daño mayor, o cerca de la proa o la popa, aunque estas espoletas eran muy inseguras y muchas veces provocaban la explosión prematura o bien no detectaban el casco del buque y el torpedo pasaba de largo.

Y en cuanto a las cargas de profundidad, explotaban por una espoleta con un sensor ajustable de profundidad, o de tiempo tras su lanzamiento, y su radio de acción era variable según la cantidad de explosivo que contuviera y la profundidad la que se realizara la detonación. A más profundidad la onda de presión que provocaban era más efectiva, y a ello se sumaba el hecho que el propio casco del submarino disponía de menos margen de resistencia.

Ataque de un buque de superficie con cargas de profundidad, mientras en el aire un hidroavión vigila la situación del submarino

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Las cargas eran lanzadas de una en una o de dos en dos mediante morteros cuando el destructor pasaba sobre el submarino, intentando seguir su rumbo mediante sus propios hidrófonos o el sonar activo (ASDIC), y con un cierto tiempo de adelanto dependiendo de la profundidad a que estuvieran reguladas.

Carga de profundidad convencional lanzada desde la popa por un mortero

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Los ingleses utilizaron además un dispositivo llamado "Erizo" que lanzaba simultáneamente un cierto número de cargas en abanico a ambos lados del buque, que aún siendo más pequeñas en tamaño que las normales, eran muy peligrosas para los U-Boot.

Dispositivo "Erizo" de pequeñas cargas que eran lanzadas en abanico para mejorar la posibilidad de hacer blanco

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baldo
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Re: Libros y lecturas (20.000 leguas de viaje submarino)

#13 Mensaje por baldo »

farenhait 400nose que, una novela en hipotetico futuro en el que estaba prohibido leer, y los bomberos se dedicaban a quemar bibliotecas clandestinas.
yo no solo seria feliz en un mundo asi, seria bombero.
pequeña demostracion de lo que me gusta leer.

siempre crei, tenia pruebas, de que los torpedos eran de motor de combustion interna, claro esta necesitan aire comprimido como los buceadores.

segun parece, a mayor profundidad, la dinamita hace cosquillas, no vale para demoliciones.
entiendo que entre otras bajaban para aprovechar ese efecto, aunque tambien es cierto que queda menos margen de aguante.

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Anilandro
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Re: Libros y lecturas (20.000 leguas de viaje submarino)

#14 Mensaje por Anilandro »

En efecto, decir que el motor de algunos tipos de torpedos era de aire comprimido es una simplificación, porque en realidad la mayoría de los de este tipo eran de vapor, que era creado por la combustión de un combustible (los alemanes utilizaban Dekalin (decahydronaftalina), y aire comprimido, que a su vez calentaba agua al punto de ebullición, y el vapor resultante hacía andar una turbina o un conjunto de émbolos. Con este sistema se conseguían potencias de hasta 300 CV, cuando los motores eléctricos no llegaban ni a 100. De hecho, los japoneses, con un motor que el oxidante era oxígeno a presión, consiguieron hasta los 500 CV. Estos torpedos tenían también mucha más autonomía que los eléctricos.

Sobre los explosivos en inmersión, es cierto que pierden efectividad para demoliciones, pero sólo si los materiales a demoler están sometidos interiormente a la presión local, porque en el caso de un submarino, cuyo interior se encuentra a la presión atmosférica, la sobrepresión causada por la onda de choque del explosivo, se suma a la presión del punto, con lo cual, a más profundidad, son más efectivos. Otro ejemplo fueron las bombas de rebote que idearon los aliados para romper los diques de los embalses de Alemania, que hasta entonces habían aguantado sin problemas los ataques convencionales. Estas bombas en forma de esfera o de barril, eran lanzadas por un bombardero a pocos metros de altura sobre el agua del embalse, e iban rebotando en la superficie hasta llegar casi sin impulso junto a la pared, luego se hundían y explotaban a cierta profundidad, creando una sobrepresión local tan alta que reventaba el dique hacia el exterior.

Los submarinos buscaban las mayores profundidades por varios motivos, porque si encontraban capas de inversión térmica y se situaban debajo, les hacía difíciles de detectar o incluso totalmente invisibles a las señales del sonar, ya que las ondas de sonido sufrían una refracción que llegaba a actuar como un espejo. En lugares de poca sonda, además, al acercarse al fondo y aún posarse sobre él también era un buen camuflaje porque la señal rebotada se confundía con el resto. Otro motivo de buscar profundidades era porque al estar más lejos del buque perseguidor podían maniobrar apartándose de su ruta en el tiempo en que las cargas caían al mar (lo cual ellos escuchaban a través del hidrófono pasivo) hasta que llegaban a la profundidad del submarino.

Y sobre los libros, pues debe ser un asunto de preferencias, pero opino que sin libros, sin escritura reunida de alguna forma en compendios, no habría historia, y sin historia no estaríamos mucho más allá de los bosquimanos o de alguna de esas tribus a punto de la extinción que se descubren de cada vez más escasamente en el Amazonas o las selvas filipinas.
Naturalmente, en la era de la información digital han dejado de ser imprescindibles en su versión física, pero me resulta inconcebible pensar que hubiéramos llegado, no a este punto, sino a las primeras culturas que han sido el germen de la nuestra, sin la existencia de los propios libros.

Para mí han sido y son importantes, con ellos descubrí muchos hechos, lugares y personas de las que de otra forma seguiría ignorando su existencia, me han acompañado en diversas épocas de mi vida, en casa y en el mar, me han hecho pasar muy buenos ratos a media tarde en la tranquilidad del sofá, me hicieron descubrir a Mozart como perfecta banda sonora de sus líneas. Realmente no sé qué decir, cómo expresar mi agradecimiento a estos conjuntos de hojas que sólo piden de vez en cuando que les retires el polvo que poco a poco se acumula sobre ellos. A algunos hasta les tengo cariño, por quien me los regalaba o por lo que significaron la primera vez que los leí, a otros ni me los miro (tengo uno sobre misterios de las catedrales de un iluminado llamado Fulcanelli, que he de confesar que tras una lectura multiinterrumpida por hartazgo, solo he tomado un par de veces para utilizarlo como diana de una ballesta) ...pero en general me gusta su presencia en mi casa, me gusta su tacto, observar el interés fijado en el desgaste de sus hojas y sus tapas, sentir su peso y hasta su olor, esa pátina que adquieren con los años y que nunca tendrán los miles de libros digitales que pueden conseguirse con un intrascendente click de ratón... (y que de igual forma pueden volatilizarse cuando la pantalla nos informa que nuestro disco duro ha dejado de existir)

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Libros y lecturas ("Confieso que he vivido" de Pablo Neruda)

#15 Mensaje por Anilandro »

Retomando un poco el tema de los libros, debo hablar de uno que desde hace más de cuarenta años ha sido muy especial para mí, y al que por su genialidad no puedo dedicar cuatro escuetas líneas como a una novela cualquiera. Por este motivo voy a extenderme con varios mensajes que intentaré enlazar en el menor tiempo posible.

Se trata del "Confieso que he vivido", de Pablo Neruda

Entre los libros que tengo en casa hay bastantes que he leído más de una vez, pero el que sin duda acumula más lecturas ha sido esta autobiografía de Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto, más conocido por su seudónimo literario como Pablo Neruda.

Confieso que he vivido, de Pablo Neruda. Sin duda el libro que tengo en casa que he leído más veces

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Podría decir de esta obra algo parecido a la Wikipedia, que es un compendio de sus viajes por el Extremo Oriente, por Méjico, Paris o por la Rusia Soviética, un relato de sus recitales de poesía frente a un ejército de trabajadores de mirada recia que vibraban con las odas casi épicas de su Canto General. Y a eso podríamos añadir una relación de los cargos diplomáticos que ejerció en Birmania, en la España republicana y luego en Francia, donde a las puertas de la Segunda Guerra Mundial dedicó sus mayores esfuerzos a salvar a más de dos mil españoles refugiados, enviándolos a América en el paquebote Winnipeg...

El buque Winnipeg en 1939, atravesando el lago panameño Gatún, en su camino hacia Chile, portando a 2.200 republicanos españoles

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...Pero esa sería sólo una de las posibles lecturas de este libro, una lectura priorizando la historia personal, la de Pablo Neruda, y la colectiva de todos los hechos sociales que en la primera mitad del siglo XX sufrieron una rápida y trágica transformación. Y sin embargo mi lectura es distinta, porque desde las primeras líneas tuve claro que lo más importante de "Confieso que he vivido" no eran los grandes hechos, ni los juicios trascendentes ni las arengas políticas, todo ello contado también por otros autores a veces con mayor perspectiva y ecuanimidad, sino la sutil magia que emanaba de las evocaciones personales, del mundo inmediato y familiar que rodeó al personaje en los sitios que habitó. Así son por ejemplo sus recuerdos de niñez, de la lluvia casi permanente en su fronteriza Temuco, donde el viento se llevaba los paraguas camino de la escuela, mientras arriba, en la cordillera, la montaña Laima recordaba con un penacho de luz y humo que de vez en cuando también sabía ser volcán. La magia emerge en esta obra de las mil imágenes mentales que forman sus palabras, como la del renqueante tren "lastrero" que llevaba su padre, que tras pasar de largo las estaciones donde esperaban con paciencia casi pétrea pequeños grupos de mapuches, proseguía su única labor de ir dejando regueros de piedra entre los durmientes para que la misma lluvia no acabara llevándose los rieles.

Estación de ferrocarril de Temuco, donde el padre de Pablo Neruda conducía un tren "lastrero"

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Sus amigos de infancia tenían apellidos de colonos alemanes, como Schnakes, Hausers o Smiths, sefarditas como Albalas y Francos, irlandeses y polacos, y con ellos daba buena cuenta de sus juegos de guerra y paz. También recuerda la villa de Cautín, donde dicen que el abrasador verano quema el cielo y el trigo, donde releía a Salgari tras salvarlo de milagro del accidentado incendio de su casa. Llegó más tarde su época adolescente en la Universidad de Santiago, ciudad que olía a café y a humo de hulla, de frío intenso en invierno, frío que también impregnaba la casa-pensión de la calle Argüelles donde su atribulado casero, espiritista y recién enviudado, no cesaba de colgar carteles en las puertas para recordarles a los muertos (por si en algún instante se les olvidaba), cual era su nuevo destino y condición.

El joven Neruda en Santiago de Chile, cuando aún firmaba como Ricardo Reyes

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Algunas de sus poesías nacieron en esta época, como la recopilación denominada Crepusculario, cuyas rimas despertaron gritos y chirigotas en los Juegos Florales de la fiesta mayor de San Bernardo, poco antes de que fuera echado con cajas destempladas junto a su quejumbroso compañero y también poeta Romeo Murga. Pablo era tímido, un tímido con el hambre escondida tras una enorme capa negra, que despertó la compasión de Pilo Yáñez y su mujer Mina, una pareja amable y discreta con vocación intelectual, que conjuraban el frío destemplado de la calle con reuniones sociales en la calidez de su salón con chimenea y paredes rematadas por cuadros cubistas de su amigo Juan Gris.

En 1923 apareció su primera recopilación de poesía, que denominó "Crepusculario"

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Sin duda, la epifanía ideológica de Neruda comenzó en la Federación de Estudiantes, y en la revista hermana Claridad. Por sus líneas pasaron personajes como el anarquista Juan Gandulfo, el revolucionario Roberto Meza o el polifacético Alberto Rojas, que juraba haber aprendido de Miguel de Unamuno a "dar vida a las pajaritas de papel". Neruda fue también un asiduo en sus columnas políticas, haciéndose cargo en prosa y en verso de la gran inquietud social que se levantaba en Chile, de los miles de mineros del cobre que por entonces sin trabajo acudían a la capital.

Pablo Neruda seguía fiel a su solemne pobreza, tal vez por haber confiado siempre en su amigo Álvaro Hinojosa y sus fabulosos negocios de ruina asegurada, como al embarcarse a medias en la compraventa de unas apolilladas pieles de león marino "de un solo pelo" (así los llamaban pese a no tener ni eso), que Hinojosa había conseguido seguramente casi gratis, a través de una tía propietaria de una gran extensión de litoral.

Entre las amistades que cultivaba el joven poeta por interés artístico, o por el más común y mundano de su insatisfecho estómago, figuraba el argentino Omar Viñole, un escritor grandote y de voz estertórea que solía pasear con una vaca a la que dedicaba sus títulos literarios ("Mi vaca y yo", "Lo que piensa mi Vaca", etc...) y con la que en una ocasión se atrevió a presentarse mugiendo en los salones del congreso del Pen Club de Buenos Aires. Cuando conoció a Neruda, celebró el encuentro invitándolo a comer en un céntrico restaurante, y ante todos se dirigió a él como Señor Viñole, confesándole luego al desconcertado Neruda que era por si entre los presentes había alguien que aún sin conocerlo personalmente deseara darle una paliza.

Omar Viñole, el "Hombre de la Vaca", un escritor argentino soberbio y provocador

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Viñole era un provocador nato que en una ocasión retó a un luchador profesional en el cuadrilátero del Luna Park. El luchador, a la sazón conocido como "El Extrangulador de Calcuta", hizo un ovillo con Viñole y lo dejó más apaleado que un trapo en un batán. El próximo libro del escritor, titulado "Conversaciones con mi Vaca", aparecería posteriormente con un prefacio que decía lo siguiente: "...Dedico este libro filosófico a los cuarenta mil hijos de put.. que me silbaban y pedían mi muerte en el Luna Park..."

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Re: Libros y lecturas ("Confieso que he vivido" de Pablo Ner

#16 Mensaje por Anilandro »

Cuando el nombre de Neruda sale en una conversación casi siempre suele a ser en referencia a sus "Veinte poemas de amor", y es que amores tuvo muchos y la mayoría extremadamente fugaces, como el preludio de niño con dos descaradas ninfas infantiles que vivían en Temuco enfrente de su casa y que le propusieron regalarle un delicado nido de pájaros con pequeños huevos rosados si les enseñaba aquello que ocultaban sus pantalones, o la campesina de manos firmes y una gran trenza que se deslizó en el pajar donde dormía en la remota hacienda de los Hernández, con la que hizo el amor aterrado por si alguno de los hombres de la casa, rudos y de pistola al cinto, descubrían en plena faena con una de sus mujeres al niño de ciudad que había venido a ver la trilla ...Amores los tuvo al llegar a Santiago, recién cumplidos los 16, con una insaciable viuda rubia de inmensos ojos azules que se consolaba llamándolo por el nombre de su difunto Roberto, y con la que tuvo que cortar porque unir el hambre al amor desenfrenado llegó a amenazar seriamente su existencia.

Una de las citas de Pablo Neruda, que más que poeta preocupado por la forma, era un sagaz investigador del fondo del alma humana

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Los "Veinte poemas de amor" y su "Canción desesperada" es una colección de las más bellas palabras que pueden reflejar los sentimientos de amor, los correspondidos y los que no, los que crecen o aquellos que ya pasaron. Estos poemas fueron creados entre los cielos estrellados de Temuco, donde regresaba de vez en cuando a su infancia, los viejos muelles de Carahue y la vida de las calles estudiantiles de Santiago...

Su obra más famosa vio la luz en 1924, se trata de los "Veinte Poemas de amor", nacidos sin duda de su propia y azarosa experiencia

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...Como la mayoría de los chicos de mi generación, yo conocía algunos de estos poemas antes de leer este libro, de cuando escuchaba las suaves entonaciones de Silvio Rodríguez en un viejo tocadiscos y andaba medio perdido por unas faldas perdidas a su vez por otros cielos y otras calles. Pero la continuación de "...Podría escribir los versos más tristes esta noche" me acompañó algún tiempo hasta que algo, alguien, mucho más real y cariñoso sustituyó con creces a la poesía de Neruda.

Neruda en 1924, cuando publicó sus "Veinte poemas de amor"

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Por esta época, apenas rozando los 20 años, Neruda descubrió Valparaíso. Una ciudad abierta la mar, pero secreta y sinuosa, ciudad de cerros y escaleras, ciudad de contrastes donde se veía muy bien quien comía y quien no. Valparaíso era aún la cuna de los buques nitreros, esos que cada año cargaban miles de toneladas de polvo de guano para alegrar las exhaustas cosechas de los países del norte, la puerta a donde llegaba el té de China y Ceilán que ávidamente consumen los chilenos. Un puerto con historia que fue refugio de los clipers y fragatas que conseguían doblar el temido Cabo de Hornos. Donde pasaron tantos soñadores rumbo a California durante la fiebre del oro, lugar donde fondeó el Wagner después de recoger al verdadero Robinson Crusoe en su remota isla. Y para Neruda, lugar de culto por ser donde se inició la primera huelga de estibadores de Chile que sentó el germen del sindicalismo en el país.

La ciudad portuaria de Valparaíso fue una etapa importante en la vida de Neruda

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Valparaíso tampoco era escasa en humanidades insólitas, como el viejo marino retirado Zoilo Escobar, que hacía pública en el balcón su diaria tabla de gimnasia, pero que privadamente ocultaba un gran tesoro en su armario; un precioso estradivarius que quería o debía o soñaba vender algún día en Nueva York, y así llenar sus dedos de anillos y sustituir los abundantes huecos dentales con relucientes piezas de oro. O Don Bartolome en su carroza saliendo a comprar fruta, un personaje extemporáneo enfundado en una capa, con una espada al cinto y un loro verde sobre el hombro.

Neruda con su amigo Álvaro Hinojosa, compañero de aventuras amorosas y comerciales, la mayoría cortas y de pobres resultados

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Algunos libros publicados y pequeños premios conseguidos aquí y allá estaban dando popularidad al joven poeta, pero en los alegres años veinte todas las artes y letras de importancia parecían espigar solamente en Europa y especialmente en su centro de gravedad en la cosmopolita París. Chile se se estaba quedando pequeño, y tal vez fuera por sus deseos de aventura que comenzó a tratar a un amable y solícito funcionario, encargado de un departamento de Relaciones Exteriores, que entre citas a Tchaikovski o a los perros de raza no paraba de decirle que le encontraría un buen puesto consular donde pudiera disponer de tiempo para escribir ...Y así pasaron dos años, con más visitas al encargado, más conversaciones sobre música, antropología, novela inglesa o espiritismo, y más promesas inconcretas que se repetían en los efusivos estrechamientos de mano al despedirse. Hasta que un día un amigo común, de la conocida familia Bianchi, presentó a Neruda al ministro del ramo, y a los cinco minutos el encargado amante de los perros y Tchaikovski aparecía en su despacho y muy azorado comenzó a enumerar sin rodeos ni ambigüedades los destinos consulares que se encontraban disponibles.

De esta forma Pablo Neruda se convirtió al acto en Cónsul de Chile en Rangún, exótica ciudad del fabuloso Oriente que él y su amigo Bianchi tardaron algún tiempo en encontrar en un globo terráqueo del propio ministerio, justo en el centro de una abolladura de la esfera que afectaba a parte de la India y al Reino de Siam.

La exótica ciudad de Rangún, la capital de la Birmania británica, donde Neruda fue nombrado cónsul de Chile en 1927

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Re: Libros y lecturas ("Confieso que he vivido" de Pablo Ner

#17 Mensaje por Anilandro »

El viaje para ocupar su recién estrenado destino consular se inició de una manera un tanto insólita, cambiando su billete de primera pagado por el Ministerio de Relaciones Exteriores, por dos de tercera, ya que su inseparable compañero Álvaro Hinojosa había decidido acompañarle en la aventura. El nuevo billete era para el Baden, un barco alemán sin ningún tipo de lujos y con mala comida utilizado normalmente por inmigrantes europeos de pocos recursos.

El Baden, un viejo cascarón dedicado al transporte de inmigrantes en el que Neruda y su amigo Hinojosa se embarcaron para Europa

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A bordo no había música ni diversiones de ningún tipo, el único entretenimiento era contemplar a las mujeres jóvenes paseando por cubierta que Hinojosa clasificaba entre "las que atacan a los hombres y las que se dejan dominar por su látigo". El truco preferido del incorregible don juan chileno era simular que sabía leer las rayas de la mano, lo cual atraía a algunas señoras que entre sonrisas de picardía se dejaban acariciar partes crecientes de sus brazos y escuchaban las palabras de Hinojosa asegurándoles que su destino pasaba de forma inexorable por realizar una discreta visita al camarote de los dos hombres.

El Baden atracó en Lisboa, que encontraron alegre, de casas multicolores y viejos palacios. Seguidamente tomaron un desvencijado tren para Madrid, donde Primo de Rivera de acuerdo con el rey Alfonso XIII iniciaba su breve dictadura, y en otro tren aún peor que les llevó a su soñada París. Allí se instalaron provisionalmente en el barrio de Montparnasse, por entonces casi tomado por los lationamericanos.

París, el barrio de Montparnasse a finales de los años 20, donde muchos latinoamericanos vivían su sueño europeo

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De ellos destacaba Neruda su tendencia a las trifulcas en cafés, bares y salas de baile, y tal vez por algún tópico nacionalista cita especialmente a los argentinos, que según dice entraban en estos locales por su propio pié impecablemente engominados, pero solían salir algo más tarde bastante despeinados y levantados en vilo entre dos enormes "garçons" que sin demasiados miramientos los depositaban sobre los adoquines de la calle.

La bulliciosa vida de los cafés de Montparnasse

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Excepciones aparte, la discutible fama de los latinoamericanos parecía bien establecida en el París de finales de los veinte, y nuestros dos amigos, pese a que sus métodos eran más discretos, no les iban a la zaga en intenciones de diversión, tal es así que en una de sus salidas nocturnas acabaron en una "boite" de rusos blancos, invitados por un acaudalado chileno llamado Condon, hijo del dueño de una naviera, y a sus requerimientos fueron rodeados de amables señoritas disfrazadas de campesinas ucranianas que entre insinuaciones y caricias les servían una botella tras otra de champán... pero entonces, a la hora de pagar, el "Condon" estaba tan borracho que se desmayó sin que fuera posible despertarlo, y Neruda y su amigo fueron retenidos y amenazados por el dueño del local y su cohorte de hampones, que cerraron las puertas y solamente accedieron a que se marcharan tras haberle retenido el pasaporte diplomático como prenda de pago. Esa misma noche, recién salidos de la "boite" acabaron en su pensión con una de las señoritas, según ellos, una joven sin nada especial, ni bonita ni fea, que se brindó sumisamente a acompañarlos. Hinojosa se la llevó a su habitación y al poco entraba en la de Neruda y lo despertaba zarandeándolo sin miramientos, diciéndole "que no se lo podía explicar, pero que tenía que probarla". Y así lo hizo el somnoliento poeta, relatando posteriormente sobre la chica que en efecto era "algo indescriptible que brotaba de su profundidad, que se remontaba al origen mismo del placer, al nacimiento de una ola, el secreto genésico de venus".

El peruano César Vallejo y el chileno Vicente Huidobro, dos maneras muy distintas de entender la poesía que Neruda conoció durante su estancia en París

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En esta ciudad, según confiesa el propio Neruda, no conoció a ningún francés, pero sí a algunos literatos hispanos, como al peruano César Vallejo, poeta difícil, de poesía arrugada, orgulloso de sus rasgos indios que exponía de forma solemne y hierática... al menos cuando no se arrugaba él mismo ante la presencia de su mujer, una francesa tiránica y presumida que ninguno de sus amigos tenía la paciencia de aguantar. También conoció a Vicente Huidobro, un compatriota iniciador del creacionismo poético, uno de los grandes de la literatura chilena, marqués de título no reconocido por parte de padre y, para Neruda, el reverso de su persona y poesía.

Cartel de Messageries Maritimes, compañía que unía los puertos franceses metropolitanos con el Extremo Oriente

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En Marsella tomaron un buque de las Messageries Maritimes que tras atravesar las luces del Mediterráneo, las arenas desérticas de Suez y el calor tórrido del Mar Rojo, salió a la inmensidad del océano Índico y puso rumbo a Singapur, una ciudad de mala reputación que según sus propias palabras atraía como "las mujeres venenosas", aunque mujeres encontraron muy pocas y muy tristes sentadas en los rincones de las enormes salas de fiestas casi vacías, algunas esqueléticas rusas zaristas caídas en desgracia que no prometían aventuras demasiado excitantes... aunque la aventura la tuvieron de igual forma al pretender regresar al buque montados en unos "ricksha", ya que los afables y sonrientes culíes de pies descalzos acabaron llevando a los dos chilenos a un descampado, donde fueron rodeados por siete u ocho chinos que tras golpearlos los dejaron en paños menores y sin un sólo céntimo. Algún tiempo más tarde, al norte de Vietnam y a raíz de un incidente semejante en amenaza pero distinto en resultado, Neruda escribiría la demagógica frase que "un poeta no puede temer al pueblo", sin duda olvidándose que eso no depende de la pretendida aura del poeta, sino de la intención que tenga el pueblo en ese momento y lugar.

Puerto de Singapur, ciudad de mala reputación, mezcla de lo peor de oriente y occidente, que según Neruda atraía como las mujeres venenosas

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Su siguiente etapa fue Japón, aunque Neruda no explica la larga vuelta necesaria para llegar a este país, porque viniendo desde el Mediterráneo por el canal de Suez, se llega mucho antes a Birmania que a Singapur o a las islas del Sol Naciente. Tal vez el billete estaba pagado hasta este destino, y aprovecharon la posibilidad de viajar al antiguo reino de los shogunes. En cualquier caso, al bajar la pasarela no llevaban encima una sola moneda y apenas podían protegerse con el único suéter que les quedaba del frío glacial del invierno nipón. Allí tuvieron que alojarse en el sórdido refugio para marineros de Yokohama donde junto a personas que necesitaban ayuda tras alguna desgracia marítima, habitaban toda suerte de trotamundos e indeseables de los que más de una vez recibieron amenazas, al menos hasta que conocieron a un rudo marinero vasco que se había salvado de milagro del naufragio de un petrolero en llamas, y que de alguna forma se convirtió en su protector.

Estampa coloreada de Yokohama en los años 20, donde Pablo Neruda y su amigo Hinojosa tuvieron que refugiarse en el albergue para marineros desamparados

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Después de un dramático periplo por varias ciudades en busca de ayuda de los cónsules chilenos, sobre los cuales Neruda entiende en su libro el porqué a veces son asesinados por compatriotas desesperados, por fin llegó al Golfo de Martaban, y tras remontar el ancho y fangoso río Irraeadhy apareció ante sus ojos la fantástica imagen de la pagoda de Swei Dagon. El amigo Álvaro Hinojosa se había perdido por el camino, tal vez porque junto al hambre y las privaciones del azaroso viaje ya había absorbido suficiente dosis de mística oriental. Su destino lo llevaría a dar tumbos por diferentes lugares del mundo hasta establecerse en Nueva York, donde seguiría, genio y figura, persiguiendo a mujeres y negocios fabulosos, actividades que solían acabar, sin distinción alguna, en la más absoluta ruina.

La pagoda del Swei Dagon, símbolo espiritual de la ciudad de Rangún

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Para Neruda, Rangún era la puerta a otro mundo, a una sociedad misteriosa y de valores incomprensibles para un occidental. Una sociedad con clases muy marcadas, con ricos muy ricos y pobres muy pobres, con castas de estirados funcionarios intermedios que actuaban como corderos con los que tenían encima y como lobos con los de abajo, con un pequeño número de profesionales médicos y abogados formados en la metrópoli y una mayoría de artesanos de todos los ramos que llenaban las calles más céntricas, y también con una miríada de quasi-intocables que se extendía por los interminables suburbios, cuya desdicha estaba ya marcada desde el momento de nacer. Un poco al margen de todos ellos, como una casta de otra dimensión, estaban los monjes budistas, viviendo del respeto y la caridad de todos los demás, pero por encima de todos ellos y separados por una frontera racial y cultural infranqueable, se encontraban los dominadores británicos, con sus barrios exclusivos, sus clubs particulares, sus altos negocios de manufactura o de importación-exportación y su cerrada vida social. Los extranjeros de otras nacionalidades occidentales se hallaban en cambio en una especie de tierra de nadie, sólo tolerados por los de arriba o los de abajo, dependiendo a que puertas tuvieran la costumbre de llamar.

Corría el año 1929 y el recién estrenado Cónsul de Chile reflejó sus sensaciones ante hechos religiosos que había observado en sus viajes, como los fanáticos caminadores musulmanes sobre brasas, o los rituales del templo de Khali en que los brahamines iban levantando los velos de la diosa mientras decapitan cabras de un solo tajo y pedían dinero a los fieles por cualquier acto y oración. Neruda es muy crítico en esta obra con las manifestaciones religiosas, con las catedrales portuguesas que califica de tan monstruosas que hasta Dios se negaría a vivir en ellas, con los cristos sangrantes españoles, con las creencias mahometanas o las indúes y budistas. Al parecer, su laicismo comunista lo mantenía por encima de todas las debilidades espirituales ajenas, sin errores ni dudas de ningún tipo, y con una pretendida vocación (que la historia tristemente nunca ha corroborado), de liberar al alma humana de cualquier cadena de esclavitud.

Su trabajo, es decir su actividad consular, se reducía a una vez cada tres meses atender al papeleo de un buque procedente de Calcuta que iba para Chile cargado de té y parafina, lo cual le permitía dedicar el resto del tiempo a escribir y viajar por zonas remotas de Birmania y los países vecinos, donde sus recuerdos estuvieron a veces reservados para animales insólitos, como el orangután que encontró en Sumatra, en un recinto cerrado de Medan, y con quien desde su lejana humanidad compartía largas miradas ante sendos vasos de cerveza, o el pájaro-lira de Singapur, que describía como animal fosforescente, colérico, como una espléndida ave del edén. Viajó a la Indochina francesa y a la Indonesia holandesa, donde pudo visitar el templo de las serpientes de Penang, un sitio oscuro con olor a humedad y a frangipanes, a atmósfera pesada de incienso, con miles de serpientes que se movían en la penumbra y rozaban a los visitantes al pasar, desprendiéndose del techo a su paso o permaneciendo enroscadas silenciosamente entre los altares y la mamposteria, peligrosas viboras de Russell, mortales serpientes de coral, agresivas cobras reales cuya mordedura carecía de perdón, pitones del grueso de un muslo y demás peligrosos ofidios que al parecer salieron de la selva por orden divina y en este sitio se quedaron para siempre, alimentadas por los monjes con santidad, huevos y ratones.

Una instantánea de Rangún, un tranvía atravesando la calle Dalhousic

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En Birmania comenzó a escribir "Residencia en la Tierra", en que criticaba la visión occidental del esoterismo de esta parte del mundo, en donde él sólo veía miseria, conformismo y enfermedad. Asistió a un congreso en India donde pudo conocer a Ghandi, el "santo que no se gasta", al inteligente Pandit Nehru, académico de su revolución, y también a Subhas Chandra Bose, a quien calificó de impetuoso y demagogo, pero también alababa su actitud de violento antiimperialista. En Rangún trabó amistad con un extranjero llamado Powers que era tenido como un profeta por parte de la población nativa, un ser que calificaba de pequeño, calvo, con mirada azúl y cínica, pero del que tampoco tuvo reparos en aceptar invitaciones a devorar grandes panzadas de cordero con cebolla. En cierto momento descubrió que Powers practicaba la poligamia, se casó con una joven nativa diciéndole a Neruda que su actual mujer lo entendía y estaba feliz, salvo que al regresar a casa ambos hombres se la encontraron agonizando delante de un vaso de veneno y de una carta en que explicaba la realidad de su desgracia. Más tarde, inspirándose en la visión de la pira funeraria junto al río, Neruda escribiría "...el cielo eterno de oriente seguía impasible ante el desamor y el triste funeral de la abandonada".

Por su parte, la fogosidad del chileno siempre lo mantenía cerca de amores femeninos de toda condición, en Rangún compartía su casa con una bella nativa algo occidentalizada llamada Josie Bliss, que pasó de ser dulce y cariñosa a padecer unos celos enfermizos y amenazantes que le inducían a decirle "...cuando te mueras se acabarán mis temores". Josie Bliss le abría toda la correspondencia y miraba con rencor hasta el aire que respiraba. En un par de ocasiones abrió los ojos en mitad de la noche y se la encontró tras la mosquitera mirándoselo fijamente, como un fantasma, vestida totalmente de blanco y con un largo cuchillo en las manos, intentando decidir si acababa con su vida en aquel instante o lo dejaba despertarse un día más. Neruda vivía aterrado, advirtió a algunas conocidas que no le dirigieran la palabra en público y mucho menos que se acercaran a su casa. Sabía que tenía que romper con aquella situación o la bella birmana acabaría asesinándolo. Por suerte, recibió un telegrama en que le anunciaban su traslado al consulado de Ceilán, de tal forma que sin decirle nada a la mujer y dejando en casa toda su ropa y sus libros, recogió algo de dinero y embarcó el mismo día en un buque que lo alejó para siempre de las sucias aguas del Mar de Andamán.

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Re: Libros y lecturas ("Confieso que he vivido" de Pablo Ner

#18 Mensaje por Anilandro »

Su estancia en Birmania y en especial la tormentosa relación con Josie Bliss le sugirió a Neruda su obra "El Tango del Viudo", que escribió en el camarote del buque que lo llevaba a Ceylan. La fuga casi a la desesperada de Rangún representó a la vez un alivio y un gran dolor, porque el escritor amaba a su manera a aquella mujer y le causaba una lástima infinita ser el causante involuntario (o tal vez no tanto) de sus padecimientos, de unos celos llevados al paroxismo de desear acabar con la vida del escritor.

Su primer contacto con Ceylan tuvo que ver con algo tan oscuro y misterioso como el opio, la droga del látex de la adormidera utilizada desde tiempo inmemorial en todo el Extremo Oriente, puerta a viajes mágicos por un mundo interior hecho a partes iguales de deseos, de consuelos y pesadillas. La atracción de Neruda por este mundo partió del misterio que lo envolvía, de las ganas por descubrir que había tras las puertas cerradas de los sórdidos fumaderos, de los que de vez en cuando salían hombres de uno en uno, siempre con pasos cortos y en silencio, como si no necesitaran hacer caso al ruido de la calle, tal vez satisfechos o tal vez resignados con cualquier cosa, la que fuera, que habían hallado en el interior. La inevitable visión política del poeta encontraba en esos sitios un cierto aire de decoro y austeridad del que, decía, carecían los templos religiosos, tal vez porque el opio no era un pasatiempo de ricos imperialistas ni de católicos meapilas, si no un refugio de siervos explotados que olvidaban por unas horas las miserias de su condición.

Sórdida imagen de un fumadero de opio de Colombo

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El aroma del opio, repulsivo y poderoso a la vez lo empujó a fumar su primera pipa. Tras respirar durante un buen rato aquel humo caliente y lechoso cayó enfermo durante cinco días, en que sufrió violentas náuseas y abominó del sol y hasta de la propia existencia, pero en sesiones posteriores llegó a sentir lo que definía como un suave debilitamiento melódico en el cual cualquier estimulo externo, cualquier sonido o color, parecía sumarse a un todo que adquiría vida propia, externa al cuerpo de su creador. Tendido en su lecho con una almohada de madera como único aditamento, en sus vaivenes de consciencia se preguntaba en qué estarían pensando aquellos desdichados acompañantes del viaje a ninguna parte. Tal vez descansaban o dormían. De vez en cuando alguno abría los ojos mirando hacia él, y puede que se planteara la misma pregunta desde las antípodas de su cultura pero desde la similitud de la naturaleza humana que iguala reacciones hasta extremos animales mucho más cercanos de cuanto aceptamos reconocer.

Calle principal de Colombo, la capital de la isla de Ceylan

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Ceylan era una isla de gran extensión que parecía rescatada del Edén antes de su pérdida, un damero de selvas impenetrables y tierras fértiles convertidas en plantaciones que daban por entonces el mejor y más fino té del mundo. En 1929 las gentes que la habitaban mantenían la misma mezcla de clases que en Birmania o la India, mezcla de razas principalmente indú y tamil, de religiones induista, budista y musulmana, y la cúspide ocupada como siempre por los inevitables ingleses bien protegidos tras su foso de poder político y flemática actitud, muy tranquilos además porque en Ceylan, a diferencia de la vecina India, no había ni rastro de síndromes revolucionarios.

El te de Ceylan era en los años 30 el más apreciado del mundo y su principal producto de exportación

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Neruda alquiló un pequeño bungalow junto al mar en Wellawatha, un suburbio arenoso al sur de Colombo, desde donde podía contemplar a los pescadores cingaleses vestidos con taparrabos regresar a la playa en largas embarcaciones, más parecidas a grandes arañas de mar, o pasarse el día entero sobre unos delgadísimos palos clavados en la arena, pescando en la ribera. A veces caminaba a lo largo de la costa hasta la desembocadura del río donde se bañaban los elefantes domesticados para el trabajo, y observaba durante horas los enormes animales retozando en el agua o descansando en la orilla con majestuosa parsimonia. Por entonces sus únicos acompañantes eran su perro y su mangosta Kiria, un dulce animalito que se crió en su regazo y demostraba por su amo toda la ternura que un gato recibe pero es incapaz de devolver. A la hora de la siesta se acurrucaba entre su cabeza y sus hombros, siempre atenta a dar la alarma ante cualquiera cosa, animal o persona que se acercara a la casa.

El río Wellawatha, que da el nombre al suburbio sur de Colombo

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Elefantes bañándose en la desembocadura del río, una de las escasas distracciones que se permitía el nuevo cónsul de Chile

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Kiria era la reina de la chiquillería del lugar, todos la adoraban y jugaban con ella a ir y venir, a correr y saltar, dándole algo de comida como recompensa. Las mangostas era unos animales casi míticos en Ceylan, inteligentes y valientes hasta el punto de enfrentarse a muerte a las temibles cobras, luchas de las que solían salir victoriosos a base de astucia y rapidez. Un día, la chiquillería se presentó vociferante ante la puerta de bungalow, y mediante gestos y alguna palabra en inglés le indicaron a Neruda que era necesaria su presencia y la del animal. A poca distancia de su casa y casi en medio de la calle se movía una enorme víbora de Russell, tan segura de su veneno y del terror que causaba que no le importaba demasiado ser vista en pleno día en la población. La mangosta, siguiendo su ancestral instinto, se puso en guardia y se acercó como un felino al peligroso ofidio de piel moteada, sus pasos eran cada vez más lentos y cautelosos, abiertos los ojos de par en par, preparados sus afilados colmillos para esquivar su primera acometida y clavárselos con saña detrás de la cabeza... La víbora levanto su cara triangular cuyo tamaño parecía crecer a cada nuevo movimiento de su cuerpo serpenteante, la mangosta se encontrada levantada sobre sus patas traseras y lista para el ataque a una fracción de segundo de la lucha ...Y entonces, tal vez fuera porque el pequeño cerebro tomó consciencia de qué podía pasarle en el envite, que giró rápidamente sobre sus patas y cruzó como una exhalación entre Neruda y la asombrada chiquillería para ir a refugiarse en el rincón más recóndito del dormitorio del bungalow ...Aquel día, tanto Kiria como su dueño perdieron de golpe toda la popularidad que con tanto trabajo habían acumulado al sur de Colombo.

Pescadores de ribera cingaleses subidos a unas delgadas pértigas clavadas en la arena

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Las obligaciones de la función consular en la isla no eran más agobiantes que en Rangún, Neruda podía retener de sus gestiones la cantidad de ciento sesenta y seis dólares con sesenta y seis centavos al mes, en caso de que entrasen, lo cual no siempre sucedía, con la consecuencia que para un occidental acostumbrado a comer cada día rozaba el límite de la pobreza. De cualquier forma, su vida social se reducía al mínimo, alguna cena de compromiso en un club de estirados ingleses, que en el brandy tras los postres comentaban de forma circunspecta la caída de los precios del caucho o la canela, o el caso de tal o cual compatriota que había cometido la imperdonable imprudencia de relacionarse públicamente con una nativa, por lo cual se hacía acreedor del repudio unánime del círculo y su exclusión de cualquier actividad civilizada, casi como si la propia muerte se hubiera ocupado de borrar para siempre el rastro del pecador y su pecado. Otras amistades esporádicas las mantuvo con personajes de la noche de Colombo, como el conde Mauny, un pomposo y adinerado individuo que se presentaba como noble francés pero que tenía de ello tanto como el propio Neruda, y también con un polaco apellidado Winzer, un elegante sinvergüenza, ingenioso y cínico que trabajaba en la administración británica como conservador de los tesoros arqueológicos de la isla, aunque en realidad su labor era cambiar por baratijas las estatuas y ornamentos que se encontraban en templos o eran halladas en las excavaciones de antiguas ruinas, y empaquetarlas con destino al British Museum de Londres.

Mansión del falso conde Mauny, edificada en su isla particular

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Neruda calificaba su vida diaria en Colombo como la actividad de un solitario, y sin embargo, la tranquilidad implícita en tal condición sólo parecía ser la excepción a la regla de su vida, porque cuando menos se lo esperaba apareció ante su puerta la figura tan suplicante como amenazadora de Josie Bliss, su bella pantera birmana, cargada con un saco de arroz, una alfombra enrollada y los discos de Paul Robeson que el chileno no dudó en perder antes que la piel de su cuello.
Con ella volvieron los viejos demonios, él se negó a tenerla en su casa, pero ella alquiló una casi enfrente y desde su porche insultaba a cualquiera, especialmente mujeres, que se acercaran al escritor. En una ocasión amenazó con quemar su casa y en otra agredió a una chica con un cuchillo. La paciencia de la policía llegó al límite y emplazaron a Neruda a acogerla en su casa o la expulsarían de isla.
Pese a la atracción que sentía por ella, no podía volver a la situación angustiosa de Rangún, y se mantuvo firme en la negativa. Al poco tiempo ella decidió partir, aunque la despedida sobre el muelle fue desgarradora, entre súplicas y lágrimas llegó a besar sus zapatos, y al verla con la cara tiznada de los polvos blancos con que estaban teñidos, a punto estuvo Neruda de ceder ante lo que no era ni lógico ni prudente. Por fin el buque enfiló la bocana del puerto y esa fue la última vez que vio a Josie Bliss.

En medio de la soledad pesada y letárgica de Colombo, Neruda pasaba una buena parte del día leyendo. Había conocido a Lionel Wendt, un pianista, fotógrafo, escritor y crítico que defendía los valores propios del la isla de Ceylan, y que cada semana enviaba a Wellawatha a un nativo montado en biclicleta con un cargamento de libros para el poeta. Neruda descubrió también el encanto de la música clásica mientras acababa una parte importante de su obra "Residencia en la Tierra", y naturalmente seguía con sus esporádicas relaciones femeninas proporcionadas en esta ocasión por una amiga llamada Patsy, tal vez una meretriz a la que no nombra como tal, pero una de cuyas "compañeras" confesó en la cama del escritor que en una noche de fiesta fornicó desinteresada y alegremente con catorce hombres.

Lionel Wendt, pianista, fotógrafo y escritor, fue una de las pocas amistades de la isla con quien Neruda podía compartir sus inquietudes intelectuales

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Respecto a este tipo de relaciones, cita Neruda un episodio insólito y ante el cual cada uno puede sacar sus propias conclusiones. En Wellawatha no había nada remotamente parecido a una red de alcantarillado, cada casa tenía su propio excusado, normalmente situado en el exterior. Y en la suya era un pequeño recinto de madera con una tabla agujereada donde sentarse. En ese sitio las deposiciones caían a un cubo metálico situado debajo, que de forma incomprensible cada día aparecía vacío. Este detalle le intrigaba al chileno hasta el punto de levantarse de madrugada y efectuar una vigilancia en las horas que alguien pudiera retirar sin ser visto el contenido del día anterior ...y cual no fue su sorpresa al observar que tan desagradable función la efectuaba una bellísima joven cingalesa ataviada con un elegante sarong. Neruda la vigiló varios días seguidos, tal vez ella se diera cuenta, pero seguía imperturbable sin hacerlo ver. El escritor le fue dejando algunos regalos en el camino que debía seguir, pero la mujer los ignoraba, entonces, una noche la fue a esperar junto al camino, y al toparse con ella la cogió firmemente de un brazo y la obligó a girarse hacia él. Su expresión era serena, de una belleza de rasgos perfectos y ancestrales, sin duda de raza tamil, pero también extrañamente falta de reacción ante un hecho que cualquiera habría interpretado como una amenaza. La condujo al bungalow y pronto la tenía desnuda sobre su cama. Neruda relata sus contradictorias sensaciones ante aquel perfecto cuerpo de ébano, inerme como una estatua, como si su alma flotara en el aire sin decidirse a tomar posesión, y que se dejó hacer mirando al techo y sin ningún gesto ni palabra. Esperó a que el hombre agotara su fogosidad y luego se vistió y se fue en silencio y sin mirarlo a proseguir con su humillante trabajo.

Neruda dice que se sintió mal por su acción, que el desprecio de aquella mirada y de aquel silencio fue tan merecido que nunca más volvió a intentarlo, pero yo pienso que la contrición no borra el hecho que actuó de manera semejante a algunos de los prepotentes colonialistas ingleses a quienes tanto aborrecía. La sumisión de la mujer ante los extranjeros dominadores estaba sin duda tan asumida que aquel encuentro fue simple y llanamente la violación de un señor a su esclava. Por suerte, o tal vez por una ética no exenta de cierto cinismo oportunista que adornaría otros hechos de su vida, de este encuentro no dejó ningún poema para la posteridad.

Poco después, un telegrama del Ministerio de Relaciones Exteriores lo trasladaba al consulado de Batavia y Singapur.

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#19 Mensaje por Anilandro »

Cuando Pablo Neruda viajaba a su tercer destino diplomático en poco más de dos años, pensaba en que extraño complejo debía tener su país al mantener tantos consulados en remotos lugares del mundo, tal vez fuera porque así se autoasignaba una importancia política y comercial que no tenía, actitud muy común en los países hermanos de Sudamérica que tal vez por la herencia cultural recibida no conseguían ni el progreso económico ni la evolución social de los del norte. Los principales asuntos que un cónsul de Chile debía tramitar eran las importaciones de yute, de parafina para fabricar velas y de té, sobre todo de miles de toneladas de té al año, cantidad que intrigaba incluso a los propios ingleses, bebedores de té por antonomasia. Y es que los chilenos tomaban té cuatro veces al día, y era una costumbre tan enraizada socialmente que en épocas de falta de suministro se habían llegado a convocar manifestaciones y huelgas para conseguirlo.

Una vez en Singapur Neruda buscó el consulado, pero nadie tenía idea de donde podía encontrarse, contactó con las autoridades inglesas, que tampoco conocían ni la dirección de la oficina y ni al cónsul, un hombre apellidado Masilla del que no tenían más referencias. Ante esta tesitura no se quedó ni un día en aquella colonia que desde su primera visita acompañado de Hinojosa, nunca fue de su agrado. Viajaba con Brampy, un nativo joven que había contratado en Ceylan para llevarle la casa y cuidar a la mangosta Kyria, que para evitar problemas sanitarios en las aduanas, llevaban bien escondida en una bolsa de tela.

Tras varios días de navegación costeando la isla de Sumatra, el buque que portaba a Neruda llegó a Batavia, la actual Yakarta, por entonces capital tanto de la isla de Java como de las Indias Orientales Holandesas. La ciudad está situada al noroeste de la isla y desde su remoto pasado como puerto de refugio portugués fue pasando por las manos de diversos señores de la guerra musulmanes hasta que en el siglo XVII la conquistaron las fuerzas de la Compañía Holandesa comandadas por una tal Pieterszoon Coen.

Puerto de Batavia en los años 30, el mayor enclave comercial holandés en Extremo Oriente

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Neruda y su criado se alojaron en el Hotel Nederlanden, un idílico establecimiento formado por un gran edificio central y bungalows rodeados de jardines y grandes árboles donde habitaban cientos de guacamayos, monos y ardillas, hasta el punto que en la noche, cuando muchos animales aumentaban su actividad y los sonidos se acrecentaban, se tenía la sensación de estar en plena selva. Y una de las curiosidades con los javaneses ocurrió cuando necesitó tinta para escribir, artículo que pidió a los camareros del hotel como "ink", y que tras algunas caras de extrañeza y gestos más o menos acertados, fue reconocido por los nativos como "tinta", con la misma palabra y entonación que en español.

Edificio central del confortable Hotel Nederlanden, donde Pablo Neruda pasó sus primeros días en Batavia

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A diferencia de Singapur, en el listín telefónico de Batavia sí figuraba el consulado de Chile, pero cuando Neruda llegó a la dirección indicada se encontró que el escudo consular estaba colgado en la fachada de una compañía naviera holandesa. Le atendió un hombre de esta nacionalidad, gordo, malcarado y sudoroso que más bien parecía uno de los descargadores del puerto que debían estar sus órdenes. Aquel tipo comenzó a gritarle a Neruda que él era el consul y que lo sería hasta que se le abonara todo el dinero que se le debía. Resultó que el tal Masilla residía en París desde hacía años, y había "traspasado" la función consular al holandés, éste debía efectuar el trabajo y enviar el dinero de las tasas a Masilla, el cual se comprometió a abonarle una cierta cantidad mensual por su trabajo, compromiso que casi nunca respetó.

La discusión subió de tono, Neruda le dijo que su nombramiento de cónsul venía del Ministerio de Relaciones Exteriores del gobierno de Chile y no de un sujeto como Masilla, y que en todo caso no era responsable de la estafa realizada por su antecesor, el holandés había encendido un apestoso puro y envuelto en una nube de hubo replicaba con desdén y suficiencia que si no había dinero no le entregaría los papeles y demás aditamentos consulares. Al final cedió ante la evidencia que no obtendría un céntimo de Neruda ni era factible perseguir a Masilla hasta la lejana ciudad del Sena. De esta forma recibió sus nuevos enseres diplomáticos, que consistían en un sello de goma carcomido, un tampón para entintarlo y algunas carpetas llenas sumas y restas. El escritor supuso que las sumas eran los dineros entrados en caja por las tasas de importación y las restas las cantidades enviadas al pícaro Masilla.

El palacio del gobernador de la colonia, donde Neruda presentó sus cartas credenciales

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Ya en posesión de todos los aditamentos, Neruda realizó el trámite de presentarse en el palacio del gobernador, donde lo atendieron correctamente pero con cierta frialdad, detalle que ya había observado en el modo de ser de otros holadeses, daneses y alemanes. En comparación con la aridez del carácter de algunos europeos del norte, la propia Batavia y sus alrededores eran la antitesis de sus amos, la calidez de los malayos con su permanente sonrisa a modo de presentación sólo era el preludio de las ganas de agradar y el deseo de obsequiar sin pedir nada a cambio, una existencia que apenas había cambiado desde sus ancestros, a igual que el paisaje exuberante que se abría paso por doquier.

Los grandes árboles y la exuberante vegetación estaban presentes en casi toda la ciudad

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Hasta trece ríos cruzaban por entonces la ciudad, alimentando la savia de enormes árboles y de plantas con mil tonos de verde que adornaban como gemas la plazas y jardines de edificios coloniales, no obstante, el hecho que una gran parte del terreno se encontrara a muy pocos metros sobre el nivel del mar también causaba inundaciones durante las lluvias monzónicas o cuando los ciclones tropicales azotaban sus costas.

Trece ríos cruzaban la ciudad de Batavia, lo cual unido a la baja altitud del terreno, a veces causaba inundaciones en la temporada de lluvias

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Había en Batavia un lugar especial, un jardín botánico que el escritor visitaba con frecuencia, un lugar mágico con centenares de especies procedentes de todo el Extremo Oriente, enormes eucaliptis de indescriptible perfume y un sinfín de otros árboles de nombres desconocidos con grandes frutos colgando de sus ramas o bien presos de entramadas lianas entre las cuales las orquídeas hacían destacar sus colores como estrellas de mar.

El Jardín Botánico de Batavia, un lugar especial donde Neruda solía pasar largas horas

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Al tener los consulados de Singapur y Batavia, y pese a que ambas ciudades son colonias de países distintos y están separadas por más de 900 km. de mar, el dinero que Neruda podía retener como honorarios duplicaba el caso de Ceylan, es decir, trescientos treinta y tres dólares con treinta y dos centavos, que no hubieran estado mal si las tasas cobradas por sus funciones hubieran permitido ingresarlas, lo malo es que no era así. El Hotel Nederlanden era un lugar perfecto para vivir, pero el escritor tuvo que buscarse algo más económico en un barrio poco elegante de la capital. En su pequeña casa echaría de menos las comodidades y sobre todo el inacabable bufet del hotel, del que cada día llenaba sus platos a rebosar con deliciosos pescados tropicales, con sabrosos huevos de aves de todos los tamaños y carnes de caza de animales cuyos nombres en malayo no llegaba a descifrar. Según sus propias palabras, aquellos almuerzos fueron inolvidables para alguien como él "siempre glotón y por mucho tiempo desnutrido"...

Neruda vestido con su frac, que pagó a plazos, y que el protocolo exigía en ciertas circunstancias

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En el hotel había conocido también a una chica judía llamada Kruzi, acabada de llegar a Batavia, que tras alegrarle una noche le confesó que venía enviada por una especie de organización internacional dedicada a buscar "acompañantes femeninas estables" para hombres ricos. Ella pudo elegir entre un príncipe de Siam y un importante comerciante chino de Java, que le había preparado un bungalow con todos los lujos posibles rodeado de un bonito jardín. Sin embargo, las autoridades holandesas fueron muy poco receptivas a las necesidades del potentado chino y tras retirarle el visado a la mujer le anunciaron que la expulsarían con el primer barco que partiera a Singapur.

Al poco de vivir en la nueva casa un hecho triste afectó a Neruda. La mangosta Kiria se perdió en la ciudad, un lugar con peligros sin duda más temibles e imprevistos que las alimañas de la selva. El animalito, cuyo tamaño había crecido considerablemente, acompañaba siempre al escritor en sus paseos y corría y saltaba tras de él, hasta que un día al llegar a su casa vio que no le seguía. Esperó durante horas, colgó carteles para intentar encontrarla, ofreció una recompensa, pero no sirvió de nada. Su criado Brampy también estaba desolado, se sentía además deshonrado porque consideraba la mangosta de su responsabilidad, su semblante se ensombreció y se volvió silencioso y taciturno, sin que las palabras de Neruda pudieran devolverle el ánimo y el buen humor del que siempre hacía gala. Pocos días más tarde anunció que regresaba a Ceylan.

Dibujos del libro “Pablo y su mangosta”, de Georgina Lázaro León

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Un aumento del comercio con Chile le permitió alquilar otra casa más espaciosa y agradable en la calle Probolingo, allí contrató a una vieja campesina javanesa como cocinera y a un chico también nativo que servía la comida y cuidaba de la casa. En este nuevo entorno acabó su obra "Residencia en la tierra". Y en aquel momento apareció en su vida una mujer que representó algo más que el habitual pasatiempo de un par de noches locas. Se llamaba María Antonieta Agenaar, aunque la conocían familiarmente como Maruca, y era una criolla de ascendencia holandesa con algún antepasado malayo, muy alta y de modales suaves y distinguidos, casi hierática, lo cual parecía encajar muy poco con el carácter inquieto y apasionado del escritor. Maruca tampoco tenía ningún tipo de relación con la literatura ni con los ambientes intelectuales de la isla, y sin embargo su relación progresó hasta casarse con ella en 1930.

Foto de boda de Neruda con María Antonieta Agenaar, una elegante holandesa con algún antepasado malayo

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Tal vez este hecho le facilitó la mejora de sus contactos sociales especialmente con otros diplomáticos extranjeros y sus parejas, como con el agradable cónsul cubano y su mujer, con los que tenía gran afinidad pese a considerarlo de facto (así lo cita en sus memorias, como si fuera algo contagioso) el representante del dictador de turno de la isla caribeña. Y también con el cónsul alemán, un judío apellidado Hertz, de gran cultura y amante de la pintura moderna, que en sus largas e interesantes conversaciones aseguraba que un agitador loco, extremista y antisemita como Adolf Hitler, cuyo nombre comenzaba a aparecer por entonces en los periódicos, era imposible que en un país como Alemania llegara a gobernar ni una pequeña aldea.

Pablo Neruda regresó a Chile en 1932, y en la siguiente década más de una vez pensó en el equivocado vaticinio de Hertz y en su probable destino personal si en este tiempo tuvo la mala ocurrencia de regresar a su país.

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Re: Libros y lecturas ("Confieso que he vivido" de Pablo Ner

#20 Mensaje por Anilandro »

Con su regreso a Chile, Pablo Neruda dio por acabada su etapa de residencia en oriente. Una vez en Santiago recuperó de entre sus papeles los versos juveniles de "El Hondero Entusiasta", cuya redacción podemos situar entre su "Crepusculario" y los "Veinte Poemas de Amor", y los publicó. Y tal vez entonces tenía otros proyectos literarios en marcha, pero hubo de aparcarlos porque en 1933 fue llamado para otro destino consular, en esta ocasión para la cosmopolita ciudad de Buenos Aires.

Allí fue donde conoció a Federico García Lorca, que estaba en el país junto con Lola Membrives y su montaje teatral Bodas de Sangre. Federico fue un gran amigo del chileno, con quien realizó una insólita presentación en el Pen Club, una presentación que el granadino calificó "al alimón", esa figura taurina en que dos diestros comparten un único capote y que es tan difícil de realizar que apenas hay contadas un par de suertes de este tipo en un siglo. Sentados cada uno a cierta distancia del otro, en un auditorio de literatos e intelectuales, se levantaban alternativamente añadiendo una palabra o una frase a las palabras del anterior. La gente contemplaba entre embelesada y divertida la disertación, en la cual aparecieron citas y poemas de Amado Villar, de Rubén Darío, de Valle-Inclán, de Ramón Jiménez y de los hermanos Antonio y Manuel machado.

Presentación de Bodas de Sangre en un teatro de Buenos Aires, donde Neruda conoció al poeta español Federico García Lorca

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Otra de las anécdotas que rodean a ambos personajes ocurrió en la invitación que les realizó un millonario porteño llamado Natalio Botana, un capitalista dueño de empresas y periódicos, con los cuales no tenía escrúpulo alguno en modelar en su provecho la opinión pública argentina. Como buen nuevo rico, la casa-palacio era un exceso de lujo y ostentación, columnas salomónicas, mármoles de Carrara, cuadros de grandes maestros y una biblioteca que contenía gran cantidad de libros antiguos comprados en subastas de todo el mundo, con el añadido que el suelo estaba forrado con una especie de mosaico de cientos de pieles de leopardos cosidas como si fueran una sola. La invitación consistió en una cena en el jardín, en torno a una gran barbacoa donde se asaba a fuego lento un buey entero, y entre los invitados había también una poetisa alta y rubia, con una larga túnica y el aspecto silencioso y etéreo de una estatua clásica.

Tras cenar y disertar un rato con los anfitriones, los tres invitados dieron solos un paseo por los alrededores del jardín, junto a una inmensa piscina, entre setos y árboles, hasta el lugar en donde se levantaba una torre acabada en una plataforma que se abría bajo el cielo nocturno. Al poco de subir ahí a contemplar las estrellas, Neruda, sin mediar palabra, rodeó con sus brazos a la inexpresiva poetisa y tras darse cuenta que bajo la vaporosa túnica había una mujer sólida, comenzó a desnudarla, después la tumbó sobre el suelo embaldosado para proceder a lo que sin duda tenía tanto peso en la su vida como la propia poesía, Lorca estaba en un rincón, junto a la escalera, un poco encorvado, mirándoles asombrado con los ojos casi salidos de las órbitas, hasta que el propio Neruda le gritó para que volviera en sí y regresara a la base de la torre, a vigilar que no subiera nadie. El atribulado Federico bajó con tanta rapidez que tropezó en un escalón y acabó rodando hasta la base, golpeándose de tal manera que anduvo con moratones y cojeando en los quince días siguientes.

En 1933 Neruda seguía casado con la holandesa María Antonia Agenaar, aunque tres años después de la boda sus infidelidades habían dañado seriamente la relación

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Pablo Neruda seguía por entonces casado con la holandesa María Antonia Agenaar, aunque lejos de la armonía de los años anteriores, cuando se desposó con ella en Batavia, apenas ya se dejaban ver juntos en paseos o jugando a tenis con personas socialmente importantes. Sin duda, la fuerza del compromiso de Neruda con sus parejas distaba mucho de ser comparable al que tenía con sus ideales políticos, e incluso así, en más de una ocasión tales ideales demostraron ser tan maleables y elásticos que difícilmente acertaban a elegir entre su confeso amor por las clases proletarias y algunas de sus aficiones y amistades que representaban la antítesis de lo anterior.

El nuevo año de 1934 vino con un nuevo destino, esta vez a España, como cónsul en la bonita e industriosa ciudad de Barcelona. Sin embargo, el problema era que a diferencia de Rangún, Colombo o Batavia, en esta ciudad sí había un considerable trabajo consular; firmar papeles, certificados, gestionar diariamente pasaportes y visados, y sobre todo llevar de ello un estricto control contable, lo que implicaba efectuar centenares de sumas y restas que para Neruda, tan proclive a la abstracción, siempre habían sido un calvario, hasta el punto de confesar que se defendía a duras penas con las multiplicaciones y nunca había aprendido a dividir. Como fuera, el cónsul general de Chile en España, Tulio Maqueira, se apiadó de él y le cambió el puesto, él se quedaría en Barcelona con las aburridas sumas y restas (y seguramente con las considerables comisiones y minutas de tanta actividad), y Pablo le sustituiría en Madrid, donde sin duda se encontraría más a gusto en el centro del ambiente bohemio y literario del país.

Una postal de la ciudad de Barcelona en 1934, en donde Neruda fue destinado como cónsul de Chile

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La Casa de las Flores, en el madrileño barrio de Argüelles, donde Pablo Neruda y su mujer Maruca alquilaron un apartamento

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Llegó a la capital con su mujer Maruca, que estaba embarazada, y alquiló un apartamento en La Casa de Las Flores, en el barrio de Argüelles, cerca de la Ciudad Universitaria, y como no podía ser de otra forma, al poco tiempo ya compartía mesa en la Cervecería de Correos con Rafael Alberti y sus amigos, con Manuel Altoaguirre y José Bergamin, con Luís Cernuda y Vicente Aleixandre, con el joven Miguel Hernández, que después de emigrar de su Orihuela natal, viviendo en el monte entre árboles y pájaros, andaba como un alma en pena por Madrid, con sus alpargatas y su pantalón de campesino, rechazando puestos de funcionario que le ofrecía un vizconde amante de su poesía, e implorando que alguien le permitiera cuidar un rebaño de cabras en alguna loma cerca de la capital.

Miguel Hernández, un pastor de Orihuela que dejaría un importante legado literario impregnado de profunda sencillez

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En un homenaje a Luis Cernuda en Madrid aparecen Vicente Aleixandre, Lorca, Salinas, Alberti, Neruda, Bergamín, Altoaguirre y María Teresa León

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Encontró también en Madrid a algunas leyendas vivas de las letras castellanas, al ínclito Ramón del Valle-Inclán, con su larga barba teñida de amarillo, muy delgado, como prensado entre las hojas de alguno de sus libros. Al personalísimo Gómez de la Serna, dirigiendo la conversación en los cafés con su voz estertórea mientras sus palabras desmenuzaban lo físico y lo metafísico, a Manuel Machado con su estampa severa de notario, siempre con su cigarrillo en la mano y ceniza sobre los hombros, y a Juan Ramón Giménez, que Neruda calificaba de viejo niño diabólico, representante de un tiempo que ya pasó e implacable perseguidor con sus artículos desde El Sol, de la poesía comprometida de Lorca y de Alberti, eso cuando no desviaba los dardos directamente hacia los pareados del nuevo cónsul chileno.

En la Cervecería de Correos, Neruda se encontraba con los escritores de la generación del 27, en el centro de la imagen la ecléctica figura de Don Ramón del Valle-Inclán

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Manuel Altoaguirre, que había sido traductor de la novelista Mary Shelley y del poeta romántico inglés John Keats, disponía de una pequeña imprenta con la que quería publicar una revista de poesía. Le ofreció a Neruda su dirección, y de esta manera nació Caballo Verde, fueron cinco números cuidadosamente confeccionados que Manuel repartía luego por la capital utilizando el cochecito cuna de su hija. El sexto número debía salir a finales de mes pero quedó sobre la mesa de la imprenta con las hojas sin coser, porque ese día la flecha del calendario marcaba el Domingo 19 de julio de 1936, y como una imprevista descarga eléctrica una noticia sacudió las tertulias de la Cervecería de Correos, los militares se habían sublevado en África y otras ciudades de la península no contestaban al teléfono de Gobernación.

En 1935 apareció en Madrid la revista poética Caballo Verde, dirigida por Pablo Neruda y que imprimía su amigo Manuel Altoaguirre

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Neruda perdió a su amigo Federico. Había quedado con él para asistir a un espectáculo de lucha libre en el Circo Price, que organizaba su compatriota chileno, el simpático Bobby Deglané, pero el granadino no acudió a la cita, porque su nombre figuraba en alguna lista negra de los sublevados y fue detenido en Granada y a los pocos días fusilado, más bien asesinado, cerca de un pequeño pueblo llamado Víznar. Neruda lloró profundamente su pérdida, el derroche de duende en sus palabras. Como cita con emoción en sus memorias: su corazón alado, la felicidad de vivir, el ingenuo comediante, el andaluz que iluminaba y perfumaba.

Federico García Lorca: la felicidad de vivir, el ingenuo comediante, el andaluz que iluminaba y perfumaba ...fusilado por los sublevados franquistas en Granada

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Madrid se convirtió en un foco de resistencia republicana que detuvo a las tropas sublevadas hasta el final de la guerra

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Fueron pasando los meses y los años, y los republicanos retrocedían en todos los frentes, cada adepto a la causa ayudaba como podía, con su brazo, con su fusil o con su pluma, como el sencillo Manuel Hernández recitaba poesías vestido de soldado en el frente de Andalucía, pero no eran rimas lo que más precisaba una República aislada de las democracias occidentales a causa de su creciente deriva revolucionaria y minada a la vez internamente por luchas entre socialistas, comunistas y anarquistas. La Rusia soviética se quedó con las reservas de oro del Banco de España y le envió gran cantidad de material y algunos soldados y asesores, aprovechando para colocar a sus peones políticos con vistas a futuros movimientos. Otra ayuda vino también de Francia en donde gobernaba el Frente Popular de León Blum, que no obstante se encontraba limitado en sus decisiones por estructuras del estado provenientes de anteriores gobiernos, y que de cualquier forma tampoco veía con buenos ojos ni la feroz represión anticlerical ni el peso del anarquismo en algunas zonas del país vecino. Con todo, el problema de la República era que ni sumándole a tales ayudas todo el valor que demostraban los milicianos en las trincheras resultaba suficiente para frenar el avance de las tropas franquistas, mejor entrenadas, con un mando único, ideológicamente muy similares y apoyadas con firmeza por la Italia de Mussolini y la Alemania nazi. Como un goteo fueron cayendo nombres de lugares como Málaga, Brunete, Belchite y Teruel, aguantó firme Madrid pero los nacionales, que ya en agosto del treinta y seis se habían unido por Extremadura, arrollaron el frente norte y dividieron en dos a sus contrincantes al alcanzar el mar por Castellón.

Paso del Ebro de las tropas republicanas a mediados de 1938, en la que fue su mayor y última ofensiva antes del colapso final

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De la pluma de Neruda salió "España en el corazón", un desgarrador ejercicio de dolor personal y colectivo. El libro fue publicado primeramente en Chile en 1937, pero la edición más curiosa, de la que sólo se conservan seis valiosos ejemplares, la efectuó al año siguiente tras la batalla del Ebro su amigo Altoaguirre en la imprenta del monasterio de Montserrat, con un papel que ante la escasez de la guerra fue fabricado por ellos mismos en un molino cercano a base de restos de periódicos y documentos, trapos y hasta la capa ensangrentada de un moro de Regulares.

Segunda edición de España en el Corazón, de Pablo Neruda, impresa por Manuel Altoaguirre en el monasterio de Montserrat en plena retirada republicana, y de la que sólo se conservan seis ejemplares

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Ante la evolución de la contienda y la clara implicación de Neruda en el bando que comenzaba a vislumbrarse perdedor, el gobierno de Chile lo relevó de su cargo consular. Su situación sentimental había cambiado, ya que el mismo año de su llegada a Madrid conoció a una mujer veinte años mayor que él, Delia del Carril, una argentina de familia adinerada venida a menos, cuya madre, tras enviudar, se había trasladado a principios de siglo con sus hijos a París. Delia tenia por entonces cincuenta años y era una mujer de gran personalidad, atractiva y vital, muy conocida en los ambientes artísticos e intelectuales de la ciudad del Sena. También pertenecía al partido comunista francés, en el que entró de la mano de uno de sus múltiples amantes, el pintor cubista Fernand Léger.

Pablo Neruda y Delia del Carril en Madrid, acompañados de González Tuñón, su mujer y algunos componentes de las Milicias Republicanas

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El caso es que al conocer Neruda a Delia, éste se la llevó a vivir a su casa con el pretexto que podría ayudar a su mujer con la niña recién nacida. Naturalmente el sórdido triángulo amoroso, por mucho disimulo que mantuviera, no podía funcionar y al poco la holandesa abandonó España para no regresar. Delia fue la pareja de Neruda en los próximos 20 años y pese a que las infidelidades por parte del chileno siguieron con su impredecible goteo, compartió con él complicidades, dichas y desgracias, como el accidentado traslado a París junto a Alberti y su mujer, María Teresa León, con quienes alquilaron un apartamento en Quai de L'Horloge, cerca del curso del Sena.

Dibujo de Ramón Gaya realizado en alguna de las largas tertulias de café

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De esta época cita Neruda algunas de sus nuevas amistades, como el escritor galo Alejo Carpentier, un hombre tan prudente en las opiniones que nunca se pronunciaba de forma clara sobre nada, o como el poeta surrealista Paul Eluard, cuya máxima era que no había nada tan hermoso como perder el tiempo en conversaciones sin trascendencia, y el polo totalmente opuesto en la persona del apasionado Louis Aragon, inteligente y virulento, elocuente y radical, también comunista como Delia, y de quien decía Neruda que un rato con él era un ejercicio mental agotador del que ningún anfitrión conseguía librarse.

El impetuoso y revolucionario escritor francés Louis Aragon, de quien Neruda decía que pasar el rato con él representaba un ejercicio mental agotador

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Otro de los personajes de aquel caleidoscópico mundo de la intelectualidad parisiense de finales de los 30 era una inglesa llamada Nancy Cunard, perteneciente a la riquísima familia de armadores de la Cunard Line, que había sido desheredada por su madre al escaparse con un trompetista negro de la orquesta del Savoy. Nancy, que también había sido amante de Aragon, tenía una pequeña imprenta en la casa de campo que habitaba cerca de París, e invitó a Neruda a colaborar en una publicación llamada "Los Poetas del Mundo defienden al Pueblo Español". Neruda realizaba el trabajo de cajista componedor de los textos, de pésimo cajista según él mismo, saltándose líneas enteras y confundiendo la "p" y la "d", de forma que los "párpados" acabaron imprimiéndose como "dárpados", lo que provocó que en los años sucesivos, Nancy, que no carecía de sentido de humor, se dirigiera por carta a Neruda como "My Dear Dárpado". De esta publicación realizaron seis o siete entregas, en que participaron poetas militantes como González Tuñón y Alberti, apasionados como Spender y Auden, y algunos escritores ingleses de la alta sociedad que desde sus mansiones y en los ratos libres tras el té jugaban a componer versos antifranquistas que entregaban a Nancy al visitarla.

La aristócrata desheredada inglesa Nancy Cunard, que montó con Neruda la publicación "Los Poetas del Mundo defienden al Pueblo Español"

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La guerra de España se libraba en todos los frentes, y el mediático no era ajeno a la lucha. Casi cada día aparecían en los periódicos nuevas noticias, algunas relacionadas con las Brigadas Internacionales, formadas en teoría por batallones de demócratas independientes y concienciados de todo el mundo que veían con preocupación el ascenso del nazismo y los regímenes dictatoriales, aunque en realidad dichas brigadas se organizaban a través del PCF, el partido comunista francés, siguiendo órdenes de la Komintern y por tanto de Josef Stalin y su no menos dictatorial régimen bolchevique.

Las Brigadas Internacionales, desfilando en algún pueblo español, formadas por gentes de todo el mundo que acudieron a la llamada de la Komintern, la Internacional Comunista, para combatir junto a los republicanos españoles

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*** NOTA: Por la larga longitud del texto, continua en el siguiente mensaje ***
La VIDA sólo es energía que ha aprendido a defenderse... (Anilandro)

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